La princesa y el guisante
Adaptación del cuento de Hans Christian Andersen
Érase una vez…
…hace mucho, mucho tiempo un reino donde vivía un príncipe muy tranquilo con sus ocupaciones propias del cargo. Hasta que llegó su cumpleaños y sus padres pensaron que ya tenía edad para casarse. Ellos le decían que era un buen momento, pero él no estaba muy contento con la idea. Para poder demorar cualquier compromiso, les respondía que sólo se podría casar con una princesa de verdad. Y así fue rechazando a muchas de las candidatas que sus padres le iban presentando. Y poco a poco fue pasando el tiempo.
Una noche de tormenta…
…bajo la intensa lluvia apareció una joven a las puertas del castillo. Estaba toda llena de barro, el pelo y las ropas empapadas y tiritaba por el frío. Sólo sabía que su barco había naufragado, porque había sufrido un golpe y no recordaba nada de su pasado. Por lo que poco pudo responder a sus preguntas.
Cuando el príncipe la vio su corazón le dio un vuelvo y ella al mirarlo sintió lo mismo.
«Ella es la mujer con la que me quiero casar». Les dijo el príncipe a sus padres.
«Pero no puede ser, no parece una princesa.» dijo la Reina. «Déjame demostrártelo».
Entonces la Reina mandó preparar una cama con veinte colchones y debajo de todos ellos colocó un pequeño guisante. Nadie que no fuera una verdadera princesa notaría que aquél minúsculo guisante estaba allí.
La joven fue acompañada a aquella habitación y aunque se asombró al ver aquella extraña cama, no dijo nada y se dispuso a dormir.
A la mañana siguiente…
… llegó al comedor a desayunar toda ojerosa y silenciosa.
La reina la miró y le preguntó «¿qué tal has pasado la noche?».
La chica no sabía, bien que contestar. No quería parecer descortés a aquellos que también la habían recibido. Pero tampoco quería mentirles. Así que se puso colorada y dijo: «La verdad es que no he podido dormir. La cama parecía muy cómoda, pero algo me molestaba y me despertaba constantemente. Perdómene por mi sinceridad.»
La Reina se quedó sorprendida. Esta chica era una verdadera princesa. Era tan delicada que había notado el pequeño guisante. Y además había sido muy educada y sincera en sus respuesta.
Miró a su hijo y le dijo: «Si ella te acepta, no tengo ningún inconveniente en vuestra unión.»
Ambos se miraron y se sonrieron. Los dos supieron que estaban hechos el uno para el otro.
Realmente nunca se supo si era una princesa, pero sí fue una buena Reina.
Nota para los mayores:
Yo de pequeña también era una princesa del guisante, notaba cualquier cosa y si me molestaba ya estaba avisando a mi madre para que me lo quitara. ¿Tendré espíritu de princesa?
Quizás habría que normalizar más los cuentos de princesas, porque puede que todos tengamos una dentro.
Hablando de normalizar, me ha recordado un libro que os comenté hace poco: «Las princesas también se tiran pedos«. ¿No lo sabías?